MISION LOFER

La llamada Misión LOFER (1951-1958) fue uno de los proyectos tecnológicos navales más importantes generados por la Argentina y en que participaron diversos organismos estatales: el entonces Ministerio de Asuntos Técnicos, la Comisión Nacional de Energía Atómica, y el antiguo Ministerio de Marina, a través del área Talleres de la Base Naval de Puerto Belgrano. Involucró personal técnico civil y militar y contó con la mano de obra y las instalaciones de muchos de los talleres del apostadero naval.
La misión secreta consistió en la fabricación de un torpedo teleguiado, de avanzada tecnología para la época. Estaba dirigida por el Capitán de Navío Ingeniero Aníbal S. Fernández y bajo la supervisión técnica del eximio ingeniero italiano Ezio Lorenzelli.

EL BICHO

La Misión Lofer (1951-1958) fue uno de los proyectos tecnológicos navales más importantes generados por la Argentina y también uno de los más secretos hasta hoy. Tuvo su epicentro en la Base Naval de Puerto Belgrano, donde debía fabricarse este torpedo que se suponía era filoguiado, pero que resultó más ambicioso: teleguiado a radiocontrol, “de avanzada tecnología para la época”, según afirma la investigación del Archivo histórico Municipal de Punta Alta. Inédito en la región, llegó a tener pruebas exitosas, pero un par de años después del golpe del ’55 lo dieron de baja. Tuvo dirección cívico-
militar y su nombre de sonoridad germánica parece agregarle más misterio al asunto, aunque en realidad tiene un origen más simple: se trata de la conjunción de los dos apellidos que lideraron Lofer: el del ingeniero italiano Ezio Lorenzelli y el del capitán Aníbal Segismundo Fernández.

El origen


Tanto Pulqui como Lofer quedaron como reflejo de la búsqueda del primer peronismo de impulsar la soberanía argentina a través de la
innovación tecnológica y la construcción nacional. En junio de 1948, Lorenzelli, experto en acústica teatral, aprovechó sus vacaciones y viajó a la Argentina por un posible contrato para la reconstrucción del Teatro de San Juan, destruido por el terremoto. Si bien no lo logró, decidió quedarse en este país “creador de nuevos horizontes tecnológicos”. Y en 1951 le llegó el llamado de Presidencia. Fernández lo conocía de cuando había estado en Italia, en el ’46, como integrante de la Delegación Argentina de Inmigración, y lo recomendó a Perón. En la entrevista que tuvieron, el pedido fue claro: que retomara la idea del torpedo LB1 que había intentado desarrollar para Italia durante la Segunda Guerra, y construyera uno similar teleguiado, fabricado enteramente en el país. Para eso llegaron decenas de técnicos italianos, a los que se les sumaron otros tantos
trabajadores locales de los talleres del Arsenal naval. El grupo se instaló en la Casa 10 de la Base. El nombramiento de Lorenzelli se concretó por decretos secretos, desclasificados recién en 2012. Para sus viajes al exterior le otorgaron una identidad falsa, así otras potencias no lo relacionarían con aquél ingeniero que ideó el torpedo LB1 en Italia. Pasó a llamarse Ítalo Enrique Manzione.

EL BICHO


Cuenta Izarra que los primeros planos del torpedo se bocetaron en una oficina del Ministerio de Asuntos Técnicos, frente a la Casa Rosada. El nombre oficial era LB2 pero el grupo empezó a llamarlo “El Bicho”. Fernández fue el encargado de armar el grupo de trabajo, pagar los sueldos y solucionar cualquier inconveniente. Su contacto era directamente con la Presidencia. “Ni nosotros sabíamos para qué era El Bicho”, resalta a Tiempo Cecilio Pereyra, que trabajó en las tuberías del torpedo. Aún habla en tono reservado, como sin autorización oficial para revelar el secreto.
Para las prácticas, Lofer utilizó Puerto Rosales, en Arroyo Pareja, de aguas profundas y alejado de la ciudad y del mismo Arsenal. Una vez
resuelto el casco del torpedo, de unos 7 metros, realizaron en 1953 las primeras pruebas colocándole un motor de avión norteamericano NA, de mil caballos de fuerza, pero era demasiada potencia y magnitud. Entonces pasaron a un motor de camión Ford; y Lorenzelli (“el profesor”) decidió colocarle un péndulo compensador para darle estabilidad, una antena provisoria para sacar los gases y le incorporó unas “alitas”.
“Cuando se cambió el motor, con caja de revolución, ya se podía trabajar y hacer montaje en tierra”, rememora Cecilio. Decidieron someterlo a evaluación en mayo de 1954, ante una comisión presidida por el ingeniero Oscar Quihillalt, Premio Konex en 1988. Emitieron dictamen favorable:
“Desde el punto de vista militar, puede considerarse, en su conjunto, como un arma novedosa, de amplias posibilidades.”
Cecilio recuerda con singularidad un día de prueba: “Fuimos con la grúa, lo pusieron en agua, se manejó por radio. En ese momento nos
enteramos que estaba ocurriendo la Revolución Libertadora, así que dejamos todo ahí y nos fuimos. Quedó hundido. Lo recuperaron como a los 15 días, todo oxidado.”
Si bien el proyecto continuó luego del golpe de Estado, ya no fue lo mismo. Por ser uno de los capitanes leales a Perón, Fernández quedó
desafectado y pasó a retiro. El “Curriculum Azul” de Lorenzelli manifiesta que el 20 de mayo de 1958 finalizó exitosamente la etapa de prototipo:
“Después de tres pruebas de puesta a punto autopropulsadas, fue telemandado por más de 50 km., en mar abierto ondoso, contestando
perfectamente a todas las instrucciones transmitidas hasta su vuelta al muelle”.

Las razones


A pesar de que las pruebas habían sido exitosas, el gobierno militar dio de baja la misión en 1958 y optó por no fabricar el torpedo en serie. El encargado de clausurar Lofer fue el capitán Benjamín Cosentino, que lo dejó asentado en su libro Testimonios de Tiempos Difíciles 1955-1979.
Admite que no vio al torpedo en acción, sino que se basó exclusivamente en el informe elevado por Lorenzelli. Menciona “errores de concepto”,
que la antena iba a permitir que fuera visible para el enemigo, y que se tuvo “poco conocimiento de los grandes avances alcanzados en los diez años transcurridos, en especial norteamericanos y rusos”. Parecía ser la justificación técnica de una decisión política tomada con anterioridad.
Otra teoría que se barajó fue que si desarrollaban un producto propio, varios oficiales ingenieros perderían la comisión que recibían al comprar un torpedo en otro país.
Cecilio Pereyra recuerda cuando en 1958 apareció de sorpresa un submarino extranjero en el Golfo Nuevo. Hacía poco que habían dado de baja a Lofer. En lugar de reactivarlo para la posible defensa, “decidieron traer un torpedo americano. Nunca más se hizo un torpedo propio”.

El mito


Del “Bicho” no se supo más nada. Hay quienes dicen que el esqueleto oxidado del torpedo estuvo tirado como chatarra durante largos años, que se lo remató, o que fue arrojado al agua. Hoy figura como una reliquia en la foto que Ezio Lorenzelli le entregó a cada integrante del equipo el último día de vida de Lofer, con dedicatoria de puño y letra: “A Pereyra, cirujano y médico de todos los intestinos del bicho, de los bronquios, pulmones y tripas varias…”
La otra dedicatoria, en el revés de la foto que disparó esta investigación, está en italiano: “A Reginato, capaz de casi cualquier acción… mono en
la grúa, pez en el agua, atleta en la tierra, el hombre de las resoluciones difíciles, del que siempre del que siempre he admirado su inteligencia y modestia, con reconocimiento, Ezio Lorenzelli, Puerto Rosales, 21 de abril de 1958, cumpleaños de Roma”. «

Gustavo Sarmiento

​Diario Tiempo Argentino

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